El 19 de marzo la Iglesia entere celebra la solemnidad del Glorioso San José, padre de Jesús y protector de la iglesia universal. Como grupo Mariano y Eucarístico no podemos dejar a un lado la figura de José quien es un modelo de entrega, fidelidad y amor.
San José fue el escogido para proteger al pequeño Jesús y a María. Se encargó de educarlo, formarlo y enseñarle un oficio, pero Jesús no solo aprendió de José un oficio, sino que fue dócil y obediente a los consejos de su padre terrenal. San José es el Santo del silencio, son pocos los pasajes del Nuevo Testamento donde se menciona y poquísimas las palabras que pronuncia. Sin embargo, es un modelo de vida, de fe y de gratitud. José también dió un si al Señor. Se entregó totalmente a Jesús, y este es el ejemplo que nos brinda: dar nuestra vida por completo a Jesucristo.
Una de las Santas que más ha escrito sobre San José y a quien se le atribuye la propagación de la devoción de este tan glorioso Santo es a Santa Teresa de Jesús. Teresa siempre decía
"Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío."
Hoy el grupo al Servicio de María, el Grupo de la Virgen, les invita a tener a San José como protector e intercesor de sus necesidades. Son grande los prodigios y gracias que se obtienen de este glorioso Santo. Por esta razón y muchas otras San José, esposo de la Virgen María, es nombrado Santo Protector y modelo de vida de los miembros y voluntarios de este grupo.
San José
La presencia de San José en la Iglesia de Dios, tan
fuertemente destacada por San Mateo, canonizada por el Espíritu Santo de varón
justo, Esposo verdadero de María y Padre singular y virginal de Jesús, por
quien de algún modo pasan los designios de Dios sobre la humanidad salvada,
quedó silenciada en los primeros siglos de su existencia, como silencioso fue
siempre él el Santo del silencio , de quien no se nos conserva ni una sola
palabra. Es su persona la que es palabra decidora y potentísima. Con el correr
de los siglos esa presencia fue despertando y abriéndose camino, como él se
merece. No es posible ni siquiera señalar las fechas destacadas de la aparición
de esa presencia, que se ha ido haciendo también silenciosa pero irresistible.
Baste recordar que uno de esos momentos cumbres, en que aparece pujante y
arrolladora la presencia de San José en la Iglesia, fue Santa Teresa de Jesús.
Para ensalzar la fuerza de la presencia de San José en la
Iglesia, podíamos pasar revista a las muchas familias religiosas a él
consagradas; a los sermones y libros a él dedicados; a los cientos de templos
erigidos en su honor, y rara es la iglesia donde no está presente San José en
una escultura o alguna pintura; a los millares de personas que han paseado y
pasean su nombre por este mundo; a las muchas cofradías, fundadas bajo su
nombre y alentadas por su patrocinio; a las serie de textos de los Papas exaltando
su figura; a los millares de páginas josefinas de tantos santos y autores
espirituales, que formarían un magnífico enchiridion josefino. Baste recordar,
como último eslabón de una larga historia josefina en la Iglesia, su presencia
y actuación en el Concilio Vaticano II, que tanta repercusión ha tenido y sigue
teniendo en la vida eclesial. Juan XXIII en la Constitución apostólica,
"Humanae Salutis", con que convoca el concilio, se lo confía a San
José. Y en el discurso de clausura del último período del Concilio expresa esa
misma confianza: "Esté siempre con nosotros la Inmaculada Virgen María; de
igual modo San José, su castísimo Esposo, Patrono del Concilio ecuménico, cuyo
nombre desde hoy brilla en el canon de la Misa,nos acompañe en el camino, el que
fue dado por Dios como compañero y auxiliador de la familia
nazaretana"(1). Culminación de esta trayectoria es la Exhortación
Apostólica de Juan Pablo II, "Redemptoris Custos", sobre la figura y
misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia, del 15 de agosto de
1989.
En la Sagrada Escritura, concretamente en el evangelio, que
es el alma y la fuente de la auténtica y verdadera teología, no son muchas las
palabras sobre San José, pero sí más que suficientes para trazar una ficha
teológica del Santo, en la que se recogen su papel en la historia de la
salvación y sus virtudes y grandezas. Concretamente desde esas palabras la
Iglesia: Papas, liturgia, santos, teólogos, predicadores y sentido de la fe de
los fieles, han ido trazando las líneas teológicas y espirituales del José que
hoy venera y ensalza la misma Iglesia.
Datos evangélicos
El evangelio enseña claramente que José es quien transmite a
Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la descendencia de Abraham con
todo lo que ello significa, y, sobre todo, la descendencia de David y las
promesas del reino mesiánico y eterno. Ese es el significado y la importancia
de la genealogía de José, desposado con María, de la nace Cristo (Mt 1, 1-16).
San José en los planes de Dios juega un papel de capital
importancia; sin él no hubiese existido el descendiente de David, el Mesías.
José da su consentimiento a esta transmisión. El Señor le pide que tome a María
como esposa, porque en los planes de Dios el Mesías tenía que nacer de una
virgen, pero desposada, casada con un hombre justo; y este hombre es José. Y
José con su silencio dijo SI a la embajada de Dios, recibiendo a María en su
casa. Es todo el valor capital del anuncio a José (Mt 1, 18-24).
José es el varón justo, cabal, perfecto, y como tal ha
obrado en el momento transcendental de la Encarnación del Verbo, totalmente
entregado a la voluntad de Dios con una fe ciega y absoluta en El. Se desposa
con María por voluntad de Dios Es un matrimonio preparado por el Espíritu
Santo, en el que sólo interviene Este de una manera especialísima (Mt 1, 19a).
Por razón de su matrimonio con María, José es padre de
Jesús, padre virginal. El evangelio le da el título de padre sin más: "He
aquí que tu padre y yo te buscábamos" (Lc 2, 48); porque en todo el contexto
del relato evangélico se comprende fácilmente el contenido de la paternidad.
Paternidad que encuentra su realización materializada en el
nacimiento de Jesús en Belén. San José pone los actos previos al nacimiento de
Jesús. Como esposo justo y fiel lleva a la madre, próxima al alumbramiento, a
Belén; le busca una posada digna entre amigos y conocidos, y, al no hallarla,
se instala con ella en un establo de bestias, esperando el santo advenimiento.
Acompaña a María en el momento de dar a luz al hijo que el cielo les ha
regalado a los dos, dice San Agustín. Ha llegado ya el fruto de su matrimonio
virginal con María; ha visto colmada su paternidad por obra y gracia del
Espíritu Santo, aceptando que fuese de aquel modo concreto, en pobreza y
abandono del mundo (Lc 2, 4-7).
José, como padre del recién nacido, le circuncida al octavo
día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho inherente a la misión
del padre; así San José ejerce su dominio sobre el hijo y, de alguna manera le
marca su personalidad. Al imponerle el nombre de Jesús le incluye con todo
derecho en la descendencia davídica. Es un acto de dominio y de sabiduría
porque el nombre responde a la sustancia de la persona (Lc 2, 21; Mt 1, 20-21.
25).
José y María, según San Lucas, presentan al niño Jesús en el
templo como sacerdote y como sacrificio. Acto que representa el reconocimiento
por los padres de la especial consagración a Dios de aquel Niño que ya recibió
el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, por especial inspiración de un ángel
(Lc 2, 22-24).
En su calidad de padre de Jesús recibe del cielo la orden de
llevarle a Egipto para liberarle de las iras exterminadoras de Herodes y de
volverle, a su debido tiempo, a Palestina (Mt 2, 13-23).
Y en su calidad de padre, José es obedecido por Jesús y le
está sujeto (Lc 2, 51).
Los sentimientos de paternidad para con Jesús en José son
tan fuertes que cuando los pastores cantan las maravillas de la aparición de
los ángeles, su padre y su madre escuchan maravillados lo que se dice del Niño (Lc
2, 33); y cuando se pierde en el templo, le buscan por espacio de tres días con
gran dolor; Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote (Lc 2, 48).
Reflexión teológica
Las palabras evangélicas sobre San José son pocas, pero son
tan grandes, tan graves y tan densas de contenidos laudatorios del Santo, que
basta el discurso de la razón, reflexionando sobre estos datos, para sacar de
ellos, sin forzarlos, su grandeza singular y única. Desde estos datos se ha ido
elaborando a lo largo de los siglos la que podemos llamar la teología de San
José, que reducimos esencialmente a estos puntos:
José, esposo de María
Es, sin duda, la primera verdad que se destaca en los
relatos evangélicos. San José está desposado con María. Entre ellos existe un
verdadero matrimonio, con todos sus derechos y obligaciones, aunque sellado por
la virginidad de entrambos. Un verdadero matrimonio, ordenado de una manera
especial a recibir y educar dentro de él al fruto virginal del seno de María,
Jesús. Por eso es un matrimonio que se fragua y se realiza por el instinto del
Espíritu Santo. El Espíritu del Señor juega un papel especial en la realización
de este matrimonio: la madre de Jesús había de ser una virgen, pero una virgen
desposada con un hombre justo llamado José; Jesús tenía que nacer en una
comunidad matrimonial, pero de una manera virginal. Un matrimonio verdadero,
pero unido legítimamente por el vínculo de un amor casto con exclusión de toda obra
de la carne. Un matrimonio para el que sólo José fue juzgado digno porque sólo
a él le predestinó y preparó el Señor para dicho matrimonio. Un matrimonio para
salvaguardar la fama de María en su maternidad divina y para introducir al Hijo
de Dios en el mundo por los cauces normales por los que entran los demás
hombres, con la exclusión de la generación carnal.
José, padre de Jesús
Desde la singularidad de este matrimonio hay que entender y
comprender la paternidad de José sobre Jesús. A José, Dios le pide el
consentimiento al matrimonio con María, con vistas a recibir a Jesús en este
mundo, a introducirle en la marcha de la historia de la salvación en esta fase
terrena: José, no temas recibir a María en tu casa, porque lo que ha concebido
es por obra del Espíritu Santo; y José la recibió en su casa y con ella el
fruto nacido de su vientre. Y por eso será llamado padre de Jesús. Es el
apelativo que sin más aditamentos le da el evangelio.
Ya desde los primeros autores que tratan este tema
encontramos este razonamiento para explicar que José es padre de Jesús y en qué
sentido: María por derecho matrimoniaL pertenece a José, es como el campo de
José. José por el voto de virginidad renuncia al uso de este derecho sobre
María; en algún sentido lo cede al Espíritu Santo, que engendra de ella a Jesús
virginalmente. Este, engendrado y nacido del cuerpo de María, en el campo de
José, le pertenece como hijo. Lo explican por la ley del levirato: San José
estaría civilmente muerto por el voto de virginidad y el Espíritu Santo le
habría suscitado la prole; y también por el principio de derecho de que lo que
nace en un campo pertenece al dueño del campo.
La paternidad sobre Jesús es la grandeza suprema de José, de
la que derivan todos los demás privilegios y gracias, ya que el mismo
matrimonio con María está divinamente ordenado a esta paternidad única en el
mundo.
Los teólogos al desentrañar la paternidad de José sobre
Jesús y querer darle un calificativo apropiado y expresivo de esa realidad,
hablan de una paternidad legal, putativa, adoptiva, matrimonial, virginal,
propia. Realmente es única. Es una paternidad en la que se dan todos los
elementos de la misma sublimados, menos el de la generación carnal; y, además,
todos ellos ordenados por Dios exclusivamente a una paternidad sobre Jesús.
José es virginal y matrimonialmente padre de Jesús. No solamente no desmerece
en nada la paternidad de José sobre Jesús porque le falta la generación carnal,
sino que, como escribe San Agustín, tanto es más firmemente padre, cuanto más
castamente es padre.
José vive la paternidad sobre Jesús
Dios que modela y forma uno a uno los corazones de los
hombres (Sal 32, 15), puso en el corazón de José los sentimientos más altos de
la paternidad. El corazón de José está modelado singularmente por la mano de
Dios con miras a su Hijo, cuando Este se encarne en el mundo. No hay corazón de
padre que se pueda comparar en el amor a los hijos, al de José por Jesús; el
amor paternal de José excede toda ponderación. Predestinado para padre singular
de Jesús, Dios le dotó de un amor paternal único. Como dice un autor "si
no fue verdadero padre natural de Dios, no fue porque le faltase la congruidad
y partes requisitas para eso, sino porque Dios de padre en la tierra no hizo
elección" (I.Coutiño, Sermón...p. 112).
Expresión de su amor paternal es el comportamiento de José
para con Jesús en su infancia y juventud. A los casos recordados del evangelio,
añadamos que José como padre educa a Jesús en un sentido amplio, enseñándole
las oraciones que todo fiel israelita rezaba a diario y las que decía en
comunidad en el templo y en la sinagoga, como el Shema, la acción de
gracias...oraciones que todo varón debía saber desde los doce años.
Sin duda le enseñó también aquellos pasos de la Escritura
más destacados, que se referían a la historia de la salvación del pueblo
escogido, los salmos más usados, las enseñanzas de los profetas y de los
sapienciales.
Y, como el que no enseña a su hijo un oficio, le educa para
ladrón, San José enseñó a su hijo el oficio de carpintero. La vida de Jesús
niño y adolescente está fuertemente marcada por la educación que le dio San
José.
Grandeza y santidad de San José
Del hecho del matrimonio con María, y del hecho de la
paternidad sobre Jesús, todos los teólogos deducen la grandeza singular del
Santo Patriarca. Es la suya una grandeza y santidad única. A nadie cede en
ellas si no es a María. Y como ella, aunque en grado inferior, según muchos
teólogos, José pertenece al orden hipostático, que le eleva por encima de todos
los ángeles y santos.
Es una grandeza tal que exige unos grados y alturas de
santidad excepcionales, ya que cuando Dios escoge a uno para un oficio o ministerio,
a la medida del mismo da los excesos de santidad. Y no hay grandeza que se
pueda comparar con la de ser esposo de María y padre de Jesús.
Por ser esposo de María y tratarse de un matrimonio
preparado y realizado por Dios, el Señor le dotó de un alma semejante a la de
María, en decir de San Bernardo; le enriqueció con una abundancia de gracias y
virtudes, que está muy por encima de las dadas a hombres y ángeles. En todo
matrimonio bien hecho se busca que haya cierta igualdad, cuánto más en el que
hace el mismo Dios, donde tanto obliga la razón; por eso San José es virgen,
como María, y es joven cuando se desposa con ella. Basta pensar en la grandeza,
en la santidad, en la plenitud de gracia de María para deducir la santidad y
abundancia de gracia de José.
Gracia y santidad en las que José no dejó de crecer de una
manera rápida y altísima por el continuo contacto con María y con Jesús, ya
que, según el principio tan repetido por todos, tanto más participa uno del
calor del fuego cuanto está más cerca de él, y tanto más abundantemente bebe de
la fuente cuanto está más cerca de ella.
Por ser padre de Jesús, se exige que tenga una santidad
digna de tal oficio y ministerio. Todas las prerrogativas de santidad y
virtudes de San José tienen su origen y explicación en la grandeza de su
paternidad sobre Jesús. Al ser ésta el oficio y ministerio de mayor altura en
la Iglesia, coloca a San José inmediatamente en el trono de Dios; su santidad y
virtudes son enormemente superiores a las de todos los santos ángeles. Dios
Padre puso en él generosamente todas las virtudes y dones, aún aquellos que
parecen contradictorios, como virginidad y matrimonio...Mientras a otros santos
les reparte los dones, a unos unos y a otros otros, a San José se los dio
todos, le dio lo bueno y lo mejor y sin medida.
Privilegios de San José
Los teólogos no sólo deducen de los datos evangélicos la
santidad y virtudes singulares de San José por su condición de Esposo de María
y Padre virginal de Jesús, sino que llevan más lejos la fuerza del razonamiento
y predican del Santo una serie de privilegios semejantes a los de María.
Poder de intercesión de San José
El poder de intercesión de San José es único, después del de
María. Las razones teológicas de la misma las recogió Santa Teresa en su
panegírico josefino del capítulo 6 de la Vida: porque es Padre de Jesús y
Esposo de María. Si San José mandaba a Jesús como a hijo en la tierra y Este le
obedecía, como a hijo sigue mandándole en el cielo; sus peticiones son
mandatos. Como dice Juan Gersón: San José no pide, manda; no ruega, ordena;
porque la petición del marido a la mujer y del padre al hijo se considera un
mandato.
Este poder de intercesión no es sólo en algunas necesidades
sino en todas, pues se trata del poder ante Jesús, de quien todo depende; es
Santo poderoso no sólo para algunos sino para todos, para toda la Iglesia, que
cree y confía en ese poder. Esa fe la expresó Pío IX declarándole Patrono de la
Iglesia Universal el 8 de diciembre de 1870. Y si bien la fiesta fue suprimida más
tarde a nivel de iglesia universal, es siempre verdadero que San José es
Patrono y Protector singular de la Iglesia, ya que como Padre de la misma, en
la línea que es Padre de Jesús, Cabeza de esta Iglesia, le corresponde este
patronato y protección, proporcionalmente a como le corresponde a María, por
ser Madre de la Iglesia el título de Patrona y Protectora de la misma.
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