“¡Id a José!” clamaba el Faraón de Egipto cuando el pueblo hambriento por la sequía no tenía trigo ni comida. “¡Id a José y haced lo que él os diga!” (Gén, 41, 55-57). El Faraón descargó sobre las espaldas de José la solución del hambre de su pueblo en los siete años de vacas flacas o sequía por toda la tierra.
Existe una analogía entre el José bíblico, hijo de Jacob, hijo de Israel, y José de Nazaret, esposo de María. Del mismo modo que Dios se sirve de José hijo de Jacob para resolver los problemas del hambre en el mundo y de ser precavido en épocas de abundancia, en José de Nazaret encontraremos al “varón justo” (Mt, 1, 19) en el que hallar soluciones a nuestros problemas de cada día, pequeños o grandes.
José, en hebrero, significa “añadir”, Dios añadirá. Por eso escuchamos de nuevo el grito del Faraón: “Id a José”, no te preocupes porque Dios añadirá.
San José nos llevará de modo seguro a Jesús y a María. Es más, está esperando que acudamos a su intercesión y presentarnos a sus dos grandes amores en la tierra y en el cielo: Jesús y María. ¡Qué gran intercesor tenemos! Él cuida de las familias, de la castidad matrimonial, de las vírgenes, de las vocaciones en general especialmente de los sacerdotes, de los niños, de mejorar nuestro trabajo profesional, de ser mejores padres y madres.
Las madres, y de modo específico las viudas, acuden a san José que les ayude a sobrellevar la carga familiar diaria. Y san José ayuda. ¡Ya lo creo que ayuda!, aunque a veces no lo hace de modo vistoso o espectacular.
En este cuarto domingo de san José contemplamos también el dolor y el gozo que pasó José cuando cumplió con la presentación de su hijo Jesús al Templo de Jerusalén para consagrarlo al Señor, como era preceptivo en la ley de Moisés. José y María no tenían dinero, por lo que la ofrenda fue un par de tórtolas (Lc, 2, 22-38).
Habían pasado 40 días desde el nacimiento de Jesús. José con Jesús y con María vivía en Belén, a unos seis kilómetros de Jerusalén. Cuando llegó al Templo José encontró a Simeón y a Ana, dos ancianos que profetizaban y piropeaban al Niño: “Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían de él” (Lc, 2, 33).
Junto a esta alegría que vivió José, también tuvo el dolor de escuchar lo que el anciano Simeón dijo a María su esposa: “a ti misma una espada te atravesará el alma”. José, que amaba tanto a su esposa, quedó pensativo ante esta frase. ¡Cuánto deberá sufrir María!, pensó.
Y así fue: ella siguió a su hijo Jesús en el recorrido de su vida hasta la Pasión y Muerte. Estuvo de pie junto a la Cruz de Jesús. María de Nazaret vivió con gran entereza este inmenso dolor que el Señor le enviaba, también para ayudar a redimir –Corredentora– al lado de su Hijo los pecados de todos los hombres.
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Pasamos este cuarto domingo contemplando la presentación de Jesús en el Templo.
Después de hacer la señal de la Cruz rezamos la oración a san José del papa León XIII:
Oración a San José
A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.
Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.
Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.
Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.
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Después pedimos las gracias para este domingo confiadamente, porque el santo patriarca es muy generoso. Finalmente rezamos un Padrenuestro por las intenciones del Papa. Y terminamos: San José ruega por nosotros; ruega por mí.
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